La temperatura ha bajado otros dos grados más y ya estamos en 3. Por lo visto se va a quedar en cero. A todo esto, ¿ésa no es la temperatura a la que se congela el agua? Lo digo más que nada porque es habitual que el asfalto esté mojado por aquí y no me imagino bajando por esa pedazo de cuesta que hay camino al Centro de Investigación en bici y con el asfalto congelado. ¿Quizá tenga que aparcar la bici? Los nativos me dicen que no, pero ellos, por si acaso, cambian las ruedas de la bici en invierno. A todo esto hoy a granizado, aunque por suerte me ha cogido trabajando. Por la tarde ha salido el sol y se ha mantenido así hasta la noche.
Por cierto, desde que ando en bici he descubierto que tienen una versión 3.0 de semáforos. Estos semáforos son los de los coches y bicis. La particularidad de los mismos reside en que no sólo se ponen en ámbar para pasar del verde al rojo, sino también para pasar del rojo al verde. Interesante, así los conductores no tienen que andar mirando a ver cuándo parpadea el de los peatones, que es una cosa que no enseñan en ninguna autoescuela, pero que todo el mundo hace, menos Maider, claro. A todo esto, ahora que lo pienso, quizá no es una versión 3.0 de semáforos, sino una versión 1.0. Resulta que como aquí son tan educados y tan comedidos, igual hicieron los semáforos de peatones para que pasara del verde al rojo sin avisar y en cambio los semáforos de los coches avisan cuándo va a pasar del rojo al verde para que el conductor correspondiente abra la ventanilla del coche y diga, oiga, señora, yo que usted me daba prisa en cruzar porque se le va a poner en rojo. Se lo digo yo que lo estoy viendo venir. O a lo mejor es una forma de fomentar el ligoteo, oye, guapa, ya sé que cuando pasan bellezas como tú el tiempo se detiene, pero acelera el paso porque el semáforo no se ha debido de fijar en ti. Sea como fuere, no deja de ser una curiosidad.
He confirmado un mito. Hacía tiempo que quería preguntarlo y siempre se me olvidaba hasta que entraba por la puerta de casa y me volvía a la memoria (ley de Murphy, esa tesis tiene mucha miga y está esperando a que alguien la haga). Al fin me he acordado a base de preguntarme qué es lo que siempre se me olvida preguntar. En Jyväskylä NO existen las fuentes. Le he preguntado a Marko a ver dónde había fuentes por aquí. Ha arrugado la frente y ha repetido “fuentes”. Y yo, sí, fuentes, para beber agua cuando estás sediento. Ha arrugado la frente de nuevo y ha puesto esa cara que pone el de la tienda cuando le pides algo y no tiene ni idea de lo que estás hablando. Conozco muy bien esa cara porque, cuando era pequeño y un poco más travieso, algunos amigos solíamos ir a las tiendas de chucherías a pedir tripicadillo de avellanas (cosa que evidentemente no existe) y los de las tiendas arrugaban la frente así como queriendo entenderte y no pudiendo. No obstante, siempre estaba el que se había leído el libro de conviértase en un superventas en 15 lecciones, que te respondía aquello de no me quedan. Me imagino la cara del proveedor cuando le pidiera que a ver si le podía traer unos paquetes de tripicadillo de avellanas. Tengo que hacer esta misma broma a mi edad ya que seguro que ahora me toman mucho más en serio que entonces y bajo ningún concepto van a pensar que les estoy vacilando (a no ser que por alguna extraña casualidad o por la misteriosa ley de Murphy, hayan ido a parar a esta página y entonces la he liado). Imaginaros que cinco personas se ponen de acuerdo y cada día va una de ellas a la misma tienda a pedir un tripicadillo de avellanas, ¿qué pensará el de la tienda el viernes? No puede creer que sea un vacile. Si cuatro más se animan, yo me pido el viernes. Pues a lo que iba, que Marko ha puesto esa cara de querer entender y no poder. Le he explicado que por allá hay fuentes en la calle en las que puedes beber si tienes sed. Su cara de sorpresa ha sido tal que no ha hecho falta que me dijera nada más, aunque lo ha hecho. No de eso aquí no tenemos.
Por cierto, a raíz dela broma que hice de los heladeros y la temperatura de menos treinta grados, me surgió la duda de qué pasaba durante el invierno con los puestos de helados que he visto en la calle principal de Jyväskylä y resulta que, por lo visto, esta semana seguramente los cierren, así que ya me puedo dar prisa y pasarme mañana mismo por uno para probarlos. Una moza del Centro de Investigación que es los Países Bajos, pero que lleva residiendo aquí cuatro años, me ha dicho que no son nada del otro mundo y que apenas tienen azúcar, pero uno siempre siente la curiosidad de probarlos. De modo que, aunque mañana la temperatura sea de menos diez o menos treinta grados, me voy a tomar un helado.