En la pista de baile, había montones de finlandeses moviéndose de una manera que dudo que uno sea capaz. Impresionante la marcha que llevaban. Se movían a la marcha de una música en la que predominan machaconamente los instrumentos de percusión. Las finlandesas no se quedan atrás y también tienen un ritmo que uno no puede dejar mirar asombrado.
Cuando uno se mete a la pista, descubre que la facilidad y la naturalidad con que la gente se arrima aquí es diametralmente opuesta a la del lugar del que uno procede. Allá la distancia de seguridad mínima puede estimarse en 0,5-1 metro, aunque quizá sea de 1-1,5 metros antes de que alguien se ofenda. Aquí los finlandeses pueden mantener una distancia de 1,5 milímetros e incluso pueden estar a una distancia de 0 milímetros y tampoco parece pasar nada. La gente es muchísimo más abierta aquí, en el sentido amplio de la palabra, que en el lugar del que uno proviene. Así que uno no puede dejar de sorprenderse al ver cómo aquí ellos (y ellas) arriman cebolleta con una naturalidad que uno no puede dejar de preguntarse qué narices andamos con remilgos por allá y por qué nos andamos con tantas trabas, tanta mojigatería y tanta tontería. No quiero ni imaginar qué le pasaría a un finlandés que actuara allá como actúa aquí. Dudo que regresara a casa con la cara o el honor, si es que esta palabra sigue teniendo algún significado hoy en día, intactos.
Según va pasando la noche, se van formando parejas que si se avienen, se retiran de la pista de baile y pasan a los sofás para charlar, o no. A todo esto, el alcohol se sirve a raudales y según pasan las horas, la gente está, digamos, más perjudicada. Aún así, no dejan de bailar en toda la noche.
Una cosa curiosa en la pista de baile es la cantidad de vasos que acaban en el suelo rotos. De hecho, hay trabajadores de la discoteca que se dedican a pasar cada cierto tiempo por la pista de baile con una escoba y un recogedor para limpiar los restos de los cristales esparcidos por el suelo. También llama la atención que, en muchas ocasiones, las mozas, para poder bailar más cómodas, se desprenden de los bolsos, los dejan en el suelo de la pista de baile y bailan alrededor de los mismos. Como para comprarse un bolso blanco, ¿no?
Cuando he salido de la discoteca, había más de una persona “tumbada” en el suelo como consecuencia de la poca cantidad de agua, frente a la mucha de alcohol, en la sangre. Una vez en la calle, algunas jóvenes, se quitan los zapatos y van caminando en calcetines hacia casa, aunque dudo que esto suceda en invierno.
En fin, toda una experiencia que no deja indiferente a uno y que hace papilla la idea de la sociedad finlandesa que tenía construida en la cabeza.