Hoy Alfredo me ha enseñado las instalaciones del Centro de Investigación y todavía estoy emocionado. Tienen plataformas para medir el esfuerzo dado en un paso, células fotoeléctricas para calcular lo que tarda una persona en hacer un recorrido, laboratorio para experimentar con ratones, arcones en los que guardar muestras a temperaturas de menos setenta y cinco, sistemas para medir el equilibrio de las personas... toda una maravilla encerrada en un edificio. La pena ha sido que, como hemos ido en horas de trabajo, no he tenido la oportunidad de trastear con los diferentes aparatos. Eso realmente me apasiona. Me encanta trastear con las diferentes máquinas para ver cómo funcionan, qué otros usos se les pueden dar, cómo se pueden mejorar, etc. Hoy he tenido mi dosis de estimulación cognitiva. Así que llevo todo el día dándole vueltas a esta cabecita como si la estimulación cognitiva consistiese en un comecocos que hace que le dé muchas vueltas a la cabeza.
Me doy cuenta de que tengo muchísimo que aprender y que además estoy deseando aprender. Estoy deseando ponerme a prueba a mí mismo para saber hasta dónde puedo llegar y dónde está el límite que me puedo imponer. Quiero todo esto y, además, vivir con la tranquilidad con la que aquí vivo, sentirme como aquí me siento; sentir no sólo que estoy vivo, sino que además de estar vivo sigo creciendo, como un pequeño tallo con futuro incierto de árbol en medio de un bosque repleto de grandes árboles. Un tallo puede convertirse en árbol y ser robusto, puede morir por el viento, el exceso de lluvia o la sequía; o también puede convertirse en bonsai si se le recortan y limitan las raíces y le domestican las ramas con alambres. Cada uno, en cierta medida, tiene la capacidad de decidir qué es lo que desea ser y cómo desea crecer, mantenerse, decrecer o morir.
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