Parece que el curso ya ha empezado por aquí. Desde el lunes estoy viendo montones de gente de un lado para otro entre las diferentes Facultades. Es bastante gracioso porque yo recuerdo que, cuando empecé la carrera, la primera semana al menos, iba bastante a mi aire. Luego vas conociendo gente y vas haciendo grupo. Aquí no. Aquí lo que he visto es que la gente va como rebaños a todas partes. Vas caminando tranquilamente por el campus, por ejemplo ayer cuando iba a comer, y te encuentras con una pequeña “manifestación” de estudiantes, es decir, una columna de estudiantes, como una riada de jovenzuelos, que van a comer. Y es gracioso sentarse a comer y verlos llegar todos juntos, tan tranquilos como siempre, servirse la comida, sentarse en una mesa (larga porque si no el grupo tendría que dividirse y eso podría ser traumático) y comer todos juntitos. Curioso cuanto menos. Claro, uno se pregunta si serán todos iguales o habrá un líder dentro del grupo o cómo se manejará el grupo como tal. Por ejemplo, si a uno le da un apretón, ¿qué hace el resto? ¿Esperar en la puerta del váter a que salga? ¿Permitir que el grupo se desgarre por un tiempo?
Otra cosa curiosa es que lo que allí se hace antes de empezar la carrera, aquí se hace después. Por ejemplo, allí se visita la Facultad antes de empezar la carrera y, una vez empezada, te buscas la vida. Aquí los primeros días los llevan a todos juntos enseñándoles la Facultad y los diferentes emplazamientos del campus. Así, por ejemplo, te puedes encontrar a setenta yogurines visitando un gimnasio en el que apenas entran veinte personas.
Y ya que estamos con cosas curiosas, ahí va otra. En Finlandia tener un teléfono móvil es lo más normal del mundo. Yo he visto enanos de seis o siete años hablando con su aparato correspondiente. Claro, hay que tener en cuenta que Finlandia es el país de Nokia y hay que predicar con el ejemplo. Lo curioso es que, debido al hecho de que todo el mundo tiene teléfono móvil, aquí no hay cabinas telefónicas. Todo el mundo dice que sí, que alguna hay, pero no saben dónde. Mentira. No hay. La semana pasada, estando en el centro de Jyväskylä, una persona me preguntó por una cabina y yo no supe responderle. Luego pensando, me di cuenta del detalle. Desde entonces ando preguntando a la gente a ver si saben dónde hay una cabina y todo el mundo te responde lo mismo; cree que hay una no sé dónde, pero vas a no sé dónde y no hay nada. Es una cosa interesante, es como perseguir un mito urbano. Es como aquello que cuentan de que los contratos indefinidos existen; deben existir, pero nadie los ha visto. Pues eso, que me da a mí en la nariz que o las cabinas telefónicas están junto a las fuentes para beber agua o no sé yo dónde buscarlas. Así que pienso seguir buscando y si encuentro alguna prometo hacerle una foto. Es gracioso pensarlo, ¿os imagináis a los de timofónica si allá no hubiera cabinas? Se nos arruinan. Que eso también manda narices. Vas a una cabina, no tienes cambio, echas una moneda de euro, hablas tres minutos y la cabina te devuelve 0 (cero). Se la traga, así como quien no quiere la cosa. Es como el monstruo de las galletas, pero con dinero. A la moneda le pasa algo como así como a José Luis López Vázquez en “La cabina”. Una vez que entra ya no puede salir por que las cabinas son de una secta o de un grupo extraño de gente. Pues esto mismo pasa con las monedas, una vez que entran ya no pueden salir porque las cabinas pertenecen a una secta o a un grupo extraño de gente.
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